Cuento de Hadas (III)
Noatlín estaba en serios aprietos: las casas reconstruidas se caían por la madera carcomida que Arle mandaba, los trabajadores no atendian sus labores por miedo al dragón que ya era todo un monstruo y comenzaba a demandar que se le dieran los corderos más gordos de reino. La gente tenía las esperanzas puestas en Resalín, el rey de Arle. Necesitaban a su ejército caza-dragones y pronto. No podían esperar a que milagrosamente el dragón decidiera dejarlos en paz: es bien sabido que si a los dragones les falta algo es bondad y paciencia.
La gente de Arle comenzaba a sufrir los estragos de la peste de gusanos azules. Al terminarse la madera, la gente recurrió a las reservas reales solo para encontrarse que éstas estaban podridas y carcomidas. Demandaban al rey que se dispusiera de la madera nueva a la que tánta fe tenían. Harto de las súplicas de la gente, Resalín mandó al ministro Melbo a traer información para programar la tala anual de árboles. Melbo se dió a la tarea inmediatamente; al anochecer visitaría a las hadas. Sabía que el enojo del rey cesaría una vez que supiera de cuánta madera dispondría para vender y compensar a los afectados. Melbo repasaba una y otra vez en su mente el maravilloso plan que gestó la temporada pasada para incrementar la producción de árboles del reino. Ese plan suyo que rescataría al reino. O al menos eso pensaba.
La gente de Arle comenzaba a sufrir los estragos de la peste de gusanos azules. Al terminarse la madera, la gente recurrió a las reservas reales solo para encontrarse que éstas estaban podridas y carcomidas. Demandaban al rey que se dispusiera de la madera nueva a la que tánta fe tenían. Harto de las súplicas de la gente, Resalín mandó al ministro Melbo a traer información para programar la tala anual de árboles. Melbo se dió a la tarea inmediatamente; al anochecer visitaría a las hadas. Sabía que el enojo del rey cesaría una vez que supiera de cuánta madera dispondría para vender y compensar a los afectados. Melbo repasaba una y otra vez en su mente el maravilloso plan que gestó la temporada pasada para incrementar la producción de árboles del reino. Ese plan suyo que rescataría al reino. O al menos eso pensaba.
Al llegar Melbo al bosque de las hadas se topó con un panorama extraño: las hadas estaban enfurecidas. Esto es una cosa muy peculiar, pues usualmente las hadias tienen un brillo azul que las rodea. A veces este brillo es blanco-amarillento, pero en esta ocasión era rojo. Rojo sangre. Un rojo encendido que emanaba de las criaturitas aquéllas. Es cosa curiosa ver a un hada enojada, pero aún más curioso es ver a toda una legión de ellas encolerizadas. Melbo llamó a una de las hadas para informarse de qué sucedía a lo que la alada criatura respondió: Los árboles están muriendo; nos vamos.
Melbo casi cayó al suelo de la impresión. ¿Muerto? ¡Eso es imposible! pensaba para sí. Demandó mayores explicaciones. El hadita fue interrumpida de pronto por un zumbido agudísimo. era el hada superiora que estaba tan enojada que echaba humo, literalmente.
-Sucede, su señoría, que siendo que los Gnomos habían hecho los polvos mágicos de la misma forma por miles de generaciones. Cuando cambiamos la receta para acelerar el crecimiento de éstos, los Gnomos olvidaron anotar la nueva fórmula resultando en que cada vez que hemos surtido nuestros polvos mágicos lo hemos hecho de una combinación de polvos enteramente diferente. Todas y cada una de las veces. Ahora los árboles mueren y con ello nos vamos de aqui: las hadas no estamos para hacer daño a la naturaleza.
Habiendo dicho esto, el hadita dió media vuelta y se alejó hacia el cielo, furiosa. La siguieron todas las demás hadas en una procesión tal que parecía que las estrellas salían del suelo para perderse en la negrura de la noche. La cara de Melbo se iluminaba por la estela de las miles y miles de hadas que súbitamente dejaban el bosque. No podía ser. Melbo corrió hasta un árbol cercano y con sus propias manos arrancó de tajo una rama. Cuál fué su sorpresa al ver que la rama se deshacía en sus manos como si fuese hecha de la ceniza más fina. Corrió a otro árbol y al tocarlo se dió cuenta de que éste no era quebradizo, sino suave como la seda. Tan suave era que se dobló por completo y el tronco completo casi toca el suelo al ceder ante el peso de la mano de Melbo.
Desconsolado, Melbo se echó al suelo y comenzó a llorar amargamente: había traído la ruina al reino. El rey mandaría cortar su cabeza y echaría sus restos a los perros, o algo peor. Su familia sería el objeto del odio de la gente de Arle y su nombre pasaría a la historia como el ministro que hundió el reino. Las cosas no podían ser peor, o al menos eso pensaba.
El dragón de Noatlín estaba algo cansado de la misma cosa todos los días: a veces mataba una vaca y otras un cordero. A veces correteaba a un grupo de trabajadores de los campos de seda y se divertía arrojándoles bolas de fuego. Cuando el aburrimiento era demasiado se dedicaba a destruir casas y graneros. La cosa es que tanto de lo mismo llega a cansar hasta a un dragón por lo que nuestra estimada calamidad alada decidió probar suerte en el vecino reino de Arle. Ya sus amigos dragones le habían prevenido sobre el ejército de aquél reino, pero recordemos que éste era un dragón que nunca había conocido la derrota. Arle habría de conocer su furia.
Noatlín tuvo un breve respiro: por algún tiempo no sufrieron ataques del dragón pero tenían tanto que hacer recontruyendo casas y hospitales que había desatendido a los campos de seda. La producción de este preciado material era la más baja de la historia de Noatlín y el ministro Nerretía estaba conciente de esta situación. La solución a esto es la guerra, dijo Nerretía ante el consejo del reino. Sin duda alguna el vecino reino de Arle tenía alguna culpa por haber mandado madera tan mala. Si esto no hubiera pasado la gente hubiera tenido resguardo del dragón.
Toda una tarde se dedicó Nerretía a envenenar a la corte de Noatlín en contra del reino de Arle. La guerra se cocinaba rápidamente.
Terminado el debate se decidió invadir al reino de Arle para tomar lo que era de ellos. Se organizó un ejército con lo que quedaba de los hombres fuertes de Noatlín y peregrinaron rumbo a la batalla. En el camino rumbo a Arle se toparon con el mensajero que hacía unos meses habían mandado. Tenía terribles noticias:
- Arle ya no existe. El dragón destruyó todo.
Resulta que al ver el dragón que las armas de Arle ya no eran tan resistentes como antes decidió ir a buscar a todos sus amigos que habían perdido a algún ser querido a manos del ejército de este reino. Tántos fueron los dragones que acudieron a buscar venganza que en poco tiempo destruyeron todo. Los que sobrevivieron emigraron a otras tierras. El mensajero concluyó con una noticia aún más perturbadora:
-Se dirigen hacia Noatlín. Salven la vida.
Melbo casi cayó al suelo de la impresión. ¿Muerto? ¡Eso es imposible! pensaba para sí. Demandó mayores explicaciones. El hadita fue interrumpida de pronto por un zumbido agudísimo. era el hada superiora que estaba tan enojada que echaba humo, literalmente.
-Sucede, su señoría, que siendo que los Gnomos habían hecho los polvos mágicos de la misma forma por miles de generaciones. Cuando cambiamos la receta para acelerar el crecimiento de éstos, los Gnomos olvidaron anotar la nueva fórmula resultando en que cada vez que hemos surtido nuestros polvos mágicos lo hemos hecho de una combinación de polvos enteramente diferente. Todas y cada una de las veces. Ahora los árboles mueren y con ello nos vamos de aqui: las hadas no estamos para hacer daño a la naturaleza.
Habiendo dicho esto, el hadita dió media vuelta y se alejó hacia el cielo, furiosa. La siguieron todas las demás hadas en una procesión tal que parecía que las estrellas salían del suelo para perderse en la negrura de la noche. La cara de Melbo se iluminaba por la estela de las miles y miles de hadas que súbitamente dejaban el bosque. No podía ser. Melbo corrió hasta un árbol cercano y con sus propias manos arrancó de tajo una rama. Cuál fué su sorpresa al ver que la rama se deshacía en sus manos como si fuese hecha de la ceniza más fina. Corrió a otro árbol y al tocarlo se dió cuenta de que éste no era quebradizo, sino suave como la seda. Tan suave era que se dobló por completo y el tronco completo casi toca el suelo al ceder ante el peso de la mano de Melbo.
Desconsolado, Melbo se echó al suelo y comenzó a llorar amargamente: había traído la ruina al reino. El rey mandaría cortar su cabeza y echaría sus restos a los perros, o algo peor. Su familia sería el objeto del odio de la gente de Arle y su nombre pasaría a la historia como el ministro que hundió el reino. Las cosas no podían ser peor, o al menos eso pensaba.
El dragón de Noatlín estaba algo cansado de la misma cosa todos los días: a veces mataba una vaca y otras un cordero. A veces correteaba a un grupo de trabajadores de los campos de seda y se divertía arrojándoles bolas de fuego. Cuando el aburrimiento era demasiado se dedicaba a destruir casas y graneros. La cosa es que tanto de lo mismo llega a cansar hasta a un dragón por lo que nuestra estimada calamidad alada decidió probar suerte en el vecino reino de Arle. Ya sus amigos dragones le habían prevenido sobre el ejército de aquél reino, pero recordemos que éste era un dragón que nunca había conocido la derrota. Arle habría de conocer su furia.
Noatlín tuvo un breve respiro: por algún tiempo no sufrieron ataques del dragón pero tenían tanto que hacer recontruyendo casas y hospitales que había desatendido a los campos de seda. La producción de este preciado material era la más baja de la historia de Noatlín y el ministro Nerretía estaba conciente de esta situación. La solución a esto es la guerra, dijo Nerretía ante el consejo del reino. Sin duda alguna el vecino reino de Arle tenía alguna culpa por haber mandado madera tan mala. Si esto no hubiera pasado la gente hubiera tenido resguardo del dragón.
Toda una tarde se dedicó Nerretía a envenenar a la corte de Noatlín en contra del reino de Arle. La guerra se cocinaba rápidamente.
Terminado el debate se decidió invadir al reino de Arle para tomar lo que era de ellos. Se organizó un ejército con lo que quedaba de los hombres fuertes de Noatlín y peregrinaron rumbo a la batalla. En el camino rumbo a Arle se toparon con el mensajero que hacía unos meses habían mandado. Tenía terribles noticias:
- Arle ya no existe. El dragón destruyó todo.
Resulta que al ver el dragón que las armas de Arle ya no eran tan resistentes como antes decidió ir a buscar a todos sus amigos que habían perdido a algún ser querido a manos del ejército de este reino. Tántos fueron los dragones que acudieron a buscar venganza que en poco tiempo destruyeron todo. Los que sobrevivieron emigraron a otras tierras. El mensajero concluyó con una noticia aún más perturbadora:
-Se dirigen hacia Noatlín. Salven la vida.
Los Noatlianos estaban estupefactos. Esto de los dragones era cosa muy seria. Si eso había pasado al una vez poderoso Arle ¿Qué ocurriría a Noatlín cuando los dragones llegaran? La respuesta a esa pregunta no necesitaba ser dicha en voz alta. Todos huyeron de ahí, el ministro Nerretía a la cabeza y de la misma manera fué el primero en ser encontrado por una gran bandada de dragones. La peregrinación a la batalla contra Arle se conviertió en una frenética huída. Los dragones destruyeron todo, no quedó nada del ejército de Noatlín.
Los antiguos habitantes de Noatlín se unieron a los sobrevivientes de Arle y comenzaron a vivir juntos. Platicaban las historias cómo el origen de todo había sido la avaricia de Melbo. Otros decían que era el pequeño dragonicito que un día empolló en Noatlín. La gente tenía esperanzas de que las cosas fueran mejores en este nuevo pueblo, al que todavía no habían nombrado. Se dedicaban a las cosechas y al ganado. La vida era más fácil sin monarcas caprichosos ni ministros avariciosos. Las hadas encontraron esta nueva comunidad y comenzaron su tarea de nuevo, cuidando a los árboles y las cosechas. En fin, comenzaban a mejorar poco a poco las cosas y la tranquilidad era una cosa cada vez menos lejana en la mente de la gente. Muchos aplicaron lo aprendido inmediatamente y se empeñaron en destruir los huevos de dragón que encontraban en los campos así como de capturar y matar a cuanto drangoncito apareciera. La gente había aprendido la lección, o al menos eso creían.
1 Comments:
Ya quiero leer la continuación porque supongo que la habrá, verdad?
Raro sería que en la historia del hombre, hasta en los cuentos de hadas, aprendieran del todo de los hechos.
La historia se repite y cambian las armas, los argumentos, el tiempo, los personajes... pero al final parece que todo resulta igual...
Bueno, pero siempre hay excepciones, o al menos eso es lo que creo =P
Arrivederci!
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